Por: Magdalena Rathe

  1. Introducción

En la actualidad, a principios del siglo XXI, tenemos el inmenso privilegio de encontrarnos ante la realidad incuestionable de que estamos frente al nacimiento de una nueva época, dado que se está modificando radicalmente la forma en que produce la economía, se comunican los bienes culturales, a la vez que se generalizan cambios en el saber y en los valores. Estamos ante una revolución cultural que puede equipararse a la que ocurrió en el siglo XVII, con el surgimiento de la ciencia moderna.[1] Parte de esa revolución son, justamente, el pensamiento y las ciencias de la complejidad, que procuran entender el mundo desde una perspectiva diferente, como un proceso emergente de todas las áreas de la ciencia, el cual se caracteriza por superar el determinismo, integrar la realidad evidente de que el tiempo es irreversible, aproximándose a su comprensión con una visión holística, compleja, sistémica, ecológica, adaptativa, evolutiva, no lineal y transdisciplinar.

Todo proceso histórico surge de lo local y, desde allí, se globaliza y vuelve a afectar el espacio local, siendo cada una de estas etapas diferentes en el tiempo, pero del mismo nivel e importancia – estableciéndose entre ellas una dinámica de redes o “en-red-ada”. Todos los sucesos son el resultado de eventos que acontecen en tres dimensiones: la de ahora, la de hace un tiempo y la de hace mucho tiempo. Por lo tanto, lo que ocurre ahora es el resultado de lo que ocurrió antes – pero constituye una alternativa de lo que pudiera haber ocurrido.[2]

En cada momento del tiempo están ante uno todas las posibilidades. Tomamos un camino, pero pudimos haber tomado otro, que hubiera conducido a resultados diferentes. Pero las causas o motivadores de eventos del pasado están allí, en otra dimensión y, si bien no han sucedido, se encuentran en estado de potencial. Los cambios de época se caracterizan, justamente, porque en ellos se abren estas potencialidades de aquello que no ocurrió antes y que, quizás, tiene la posibilidad de actualizarse ahora. Esto puede implicar una bifurcación de la historia y el inicio de un camino totalmente diferente.

Por ello es tan importante, en este momento de cambio de época, la penetración de un pensamiento crítico, capaz de propiciar aquello que se desea, lo que es beneficioso para la humanidad o la sociedad. Esta necesidad de un pensamiento crítico, hace muy importante la difusión del conocimiento que se aporta en esta maestría de pensamiento y ciencias de la complejidad.

En el presente trabajo hacemos un recuento de ciertos puntos clave en el desarrollo histórico del pensamiento y ciencias de la complejidad, para detenernos en los aportes de la Escuela de Bruselas a la sistematización del pensamiento y ciencias de la complejidad.

  1. Momentos clave de la historia del pensamiento y ciencias de la complejidad

El cambio de época que estamos experimentando se vincula con una modificación trascendental en el paradigma de la ciencia. Según Thomas Kuhn[3], un paradigma es “un conjunto de conceptos, creencias, tesis que, en una etapa de la historia, acepta la comunidad científica y, basado en él, desarrolla toda su actividad investigativa”.[4] En el siglo XVII el paradigma reinante – que duró más de dos siglos y todavía posee una importante influencia a todos los niveles del saber – era el de la mecánica clásica de Newton, cuya base era el imperio de la gravedad y su forma típica de comprensión del mundo era el determinismo. Este se extendió a todas las áreas del saber, en la convicción de que el mundo podía ser comprendido y los eventos podían predecirse, dado que estaban sujetos a ciertas leyes. “El paradigma newtoniano caracterizado por el determinismo, cedió el paso a principios del siglo XX al paradigma cuántico y su indeterminismo en la predicción de los fenómenos microscópicos como lo son los atómicos”.[5] Este autor señala que Einstein no introdujo un nuevo paradigma, sino que continuó con el determinismo sin cuestionar su esencia, hasta que se introdujo el pensamiento de Heisenberg, con el concepto de incertidumbre; éste tampoco destierra el determinismo, sin embargo, que pasa a ser entonces de carácter probabilístico. Luego, las contribuciones de Lorenz y Prigogine, dan inicio formal al nuevo paradigma: el pensamiento y ciencias de la complejidad.

Podría decirse que una de las figuras clave que marca el inicio de esta nueva manera de pensar es Edward Lorenz, un meteorólogo del Massachusetts Institute of Technology (MIT), cuyo trabajo se desarrolla en los años 60 del siglo XX. Esto muestra la juventud de esta disciplina, que apenas tiene poco más de medio siglo. Lorenz se encontró, casi de casualidad, con la explicación de las dinámicas caóticas-complejas de los fenómenos meteorológicos, observando que era imposible predecir el resultado de las mismas utilizando ecuaciones determinísticas, dado que éstas eran muy susceptibles a variaciones en las condiciones iniciales. En lugar de abandonar el esfuerzo y, como sus predecesores, optar porque no había solución posible, dice que estos comportamientos “irregulares” merecen una explicación – aunque estuviera fuera de los límites del conocimiento en ese momento. Se da cuenta de que existen infinitas trayectorias de un fenómeno, dentro de un espacio finito – es decir, de que se trata de dinámicas no lineales. Esto se ilustra con la famosa metáfora del atractor de “mariposa”, cuyo aleteo (un pequeño cambio en las condiciones iniciales) puede dar lugar a un huracán en otra región del mundo[6].

Pero Lorenz tiene precursores importantes. Quizás el más antiguo – posiblemente el iniciador de esta nueva visión del mundo – sea Poincaré, un topólogo y matemático francés del siglo XIX, que estudiaba los intercambios de energía entre múltiples cuerpos y que llega a la conclusión de que son muy sensibles a variaciones pequeñas en las condiciones iniciales. Su investigación llega a un punto muerto, porque no puede resolver las ecuaciones de lo que se llamó “el problema de los tres cuerpos”. Otros precursores del pensamiento y ciencias de la complejidad que trabajan con este problema son Birkhoff, Smale y Newman, este último con acceso a las primeras computadoras.

Ya a mediados del siglo XX emergen tres importantes campos del saber, que sustentan las bases del pensamiento y las ciencias de la complejidad: la teoría general de sistemas, que comienza a mirar el mundo de una manera holística, dando lugar a la primera cibernética; la segunda cibernética, que introduce los conceptos de la auto-organización y la retro-alimentación positiva, características esenciales de los sistemas dinámicos; y la teoría de la información. En los años 50, varios biólogos estudian las dinámicas de poblaciones de insectos, llegando a la conclusión de que obedecen a procesos no lineales, que denominan “diferencia logística”. Ya en los años 60 se re-descubre el caos complejo y emerge el interés por la aprehensión de las dinámicas complejas y/o evolutivas, con sensibilidad a variaciones en las condiciones iniciales. Aquí es que Lorenz retoma este interés y desarrolla sus teorías.[7]

En los años 70 del siglo XX, Yorke observa que las ecuaciones determinísticas daban lugar a irregularidades o caos determinístico – que ni es caos ni es determinístico. La palabra “caos” despierta interés por el tema en el gran público, dando lugar al nacimiento de la “teoría del caos”. Al mismo tiempo, realiza sus aportes Mandelbrot con su estudio de las imágenes fractales. En los años 80 surge la Escuela de Bruselas, que desarrolla la llamada Nueva Alianza (Prigogyne, Stenger, Nicolis), quienes comienzan a dar forma a la nueva disciplina, desarrollando la nueva intelegibilidad del mundo no determinista y reconociendo la irreversibilidad del tiempo[8].

Muchos de estos avances se dan de manera simultánea y sin necesariamente conocer los trabajos precedentes o los que se estaban produciendo al mismo tiempo. La disciplina misma se desarrolla de manera no lineal. En el apartado que sigue se resumen las principales direcciones de avance en la comprensión de las dinámicas caóticas-complejas, que son el objeto de estudio del pensamiento y ciencias de la complejidad.

  1. Principales direcciones de avance en la comprensión de las dinámicas caóticas-complejas

Algunas de las principales direcciones de avance del pensamiento y ciencias de la complejidad, que procura entender las dinámicas caóticas-complejas (no lineales, holísticas y transdisciplinares), son:

  • La escuela de Bruselas (Prigogyne, Stengers, Nicolis), con su concepción de la irreversibilidad del tiempo;
  • El reconocimiento de las dinámicas con sensibilidad a las condiciones iniciales (de Poincaré a Lorenz);
  • El camino o ruta hacia y desde el caos: los atractores de la dinámica; las bifurcaciones (Feigenbaum; Smale);
  • La teoría general de sistemas (Bertalanffy; Wiener; H. von Foerster); la teoría de la información (Shannon; Weaver);
  • La fractalidad en el espacio y/o en el tiempo (Mandelbrot);
  • La lógica de las posibilidades y la lógica difusa (Zadeh); la lógica dialéctica (varios);
  • La modelación basada en agentes (Epstein);
  • La síntesis abarcadora de Fritjof Capra (a partir de las ciencias de la complejidad);
  • La síntesis abarcadora de Edgar Morin (a partir del pensamiento complejo).
  1. La escuela de Bruselas y sus aportes a las ciencias de la complejidad

Esta escuela de pensamiento la lidera Ilya Prigogine (1917), un científico belga de origen ruso, cuyo trabajo fundamental se desarrolla en la Universidad Libre de Bruselas, junto a sus principales colaboradores, entre quienes se destacan: Isabelle Stengers  (1949), filósofa (historiadora de la ciencia y epistemóloga, específicamente) de nacionalidad belga, quien se graduó en química en la Universidad Libre de Bruselas; y Gregoire Nicolis (1939), físico belga de origen griego.

Para ellos el tema del tiempo es fundamental. Observan que la física clásica, nacida en el siglo XVII, identificaba el tiempo con la eternidad: “del mismo modo que el péndulo perfecto oscila en torno a su posición de equilibrio, el mundo regido por las leyes de la dinámica se reduce a una afirmación inmutable de su propia identidad”.[9]

El tema del tiempo es abordado (o re-descubierto) por la ciencia del siglo XIX, con la teoría de la evolución de Darwin y, en la física, con la segunda ley de la termodinámica. Según la primera, la evolución biológica mostraba un mundo que se organizaba o “estructuraba” en el tiempo. Por el contrario, según la segunda, el crecimiento termodinámico tendía a la desorganización, a la falta de estructura, a la muerte entrópica. Esto último ocurría en sistemas físicos aislados o cerrados, que procedían espontáneamente en la dirección creciente del desorden, para lo cual se introdujo una medida física, denominada “entropía”, que constituye una medida del desorden.[10]

Ante esto, la Escuela de Bruselas sostiene que la idea de definir una actividad por la destrucción que generan sus propias condiciones de existencia, las condenaba de manera inexorable a su propia desaparición, a la muerte térmica.[11] Ellos se sorprenden de que la física estuviera atrapada en esta concepción, justo al mismo tiempo que todas las demás ciencias y culturas descubrían “el poder creador del tiempo”. En efecto, señalan que “es la época en que todos los rasgos de la cultura humana, las lenguas, las religiones, las técnicas, las instituciones políticas, los juicios éticos y estéticos, se perciben como productos de la historia y en la que la historia humana se lee como un descubrimiento progresivo de los medios de dominar el mundo. Es la época en que la geología y la paleontología nos enseñan que nuestra Tierra y todo lo que parecía el marco fijo de nuestra existencia, los océanos, las montañas, las especies vivas, son el fruto de una larga historia jalonada de destrucciones y creaciones.”[12]

No obstante, indican ellos que el segundo principio de la termodinámica no fue solamente fuente de pesimismo, pues surgen voces que encaminan el pensamiento en una nueva dirección, aunque sin desprenderse del viejo paradigma, como Max Planck y Ludwing Boltzmann – a pesar de que finalmente sucumben ante la implacable exigencia de eternidad a que obligaba la dinámica.[13] Sin embargo, estos llaman a esperar que “la física podría, por fin, definir la Naturaleza en términos de devenir; ella iba a poder describir, a semejanza de otras ciencias, un mundo abierto a la historia”.[14]

La escuela de Bruselas es quien comienza a dar forma al nuevo paradigma de la ciencia: el pensamiento y ciencias de la complejidad, desarrollando unas matemáticas que fueron capaces de reevaluar la segunda ley de la termodinámica, modificando los conceptos físicos de orden y desorden, resolviendo la contradicción entre las dos visiones de la evolución del siglo XIX.[15] Como es evidente, ellos parten de avances científicos previos, específicamente del estudio de las diferencias entre los sistemas cerrados equilibrados y los sistemas abiertos, lejos del equilibrio, concepto desarrollado previamente por Bertalanffy, un biólogo vienés que forma parte del nacimiento de la teoría de sistemas. El advirtió que los organismos vivos son sistemas abiertos, que no se pueden circunscribir a la termodinámica clásica: para seguir vivos deben alimentarse, lo que requiere de un flujo continuo de materia y energía proveniente de su entorno.[16]

Prigogine y la Escuela de Bruselas profundizaron estas ideas, agregando su fundamental concepción de la “irreversibilidad del tiempo”. Ellos estudiaron el papel constructivo de los procesos irreversibles en el tiempo, que ocurren mediante mecanismos de auto-organización, cuando un sistema está lejos del equilibrio.

El tema de la auto-organización había sido desarrollado previamente por otros científicos, destacándose principalmente Heinz von Foerster, quien en los años cincuenta y sesenta acuñó el nombre y desarrolló unas matemáticas destinadas a medir el orden. Siendo parte de la corriente de la teoría de la información, propuso la palabra “redundancia”, como una medida del orden de un sistema, en relación con el máximo posible desorden. Elaboró el primer modelo cualitativo de auto-organización de los sistemas vivos, los que absorben energía del entorno y la integran en su propia estructura, aumentando su orden.[17]

En resumen, puede señalarse que “auto-organización es la aparición espontánea de nuevas estructuras y nuevos modos de comportamiento en sistemas lejos del equilibrio, caracterizada por bucles de retroalimentación internos y descrita matemáticamente en términos de ecuaciones no-lineales”.[18]

Este modelo fue refinado y re-elaborado por otros científicos en distintos contextos y aplicado a otros conceptos, entre los que se encuentra la Escuela de Bruselas, que desarrolló de manera sistemática el concepto de la auto-organización a través de la teoría de las estructuras disipativas, trabajo que le valió a Prigogine el Premio Nobel de química en el año 1977.

Tal como hemos señalado antes, Prigogine desarrolló unas matemáticas no-lineales para describir los sistemas lejos del equilibrio térmico, formulando una nueva termodinámica, donde la disipación de la energía no se pierde, como en la tradicional, sino que se constituye en una fuente de orden en los sistemas abiertos. Uno de sus famosos experimentos fue el de los “relojes químicos”, donde se producen oscilaciones sorprendentes en las moléculas que cambian a intervalos regulares, formando un patrón coherente. Denominó a estos procesos “estructuras disipativas”, según las cuales un sistema puede incluso evolucionar a través de los flujos que recibe de materia y energía, atravesando diversas fases de inestabilidad para adquirir nuevos niveles de complejidad. “Mientras las estructuras disipativas reciben su energía del exterior, las inestabilidades y saltos a nuevas formas de organización son el resultado de fluctuaciones internas, amplificadas por bucles de retroalimentación positiva. Así, la amplificación de la retroalimentación expansiva, que había sido tradicionalmente contemplada como destructiva en la cibernética, aparece como fuente de un nuevo orden y complejidad en la teoría de las estructuras disipativas”[19].

Estos bucles de retro-alimentación no son lineales, por lo cual no es posible predecir el resultado de un proceso. A cada momento pueden surgir nuevas situaciones y se produce una bifurcación: el camino a seguir puede llevar a resultados distintos que no obedecen a leyes universales. El sistema puede “escoger” varios caminos, sin poder predecirse ni la “elección” ni el “resultado”. Prigogine llega a la conclusión de que sólo es posible realizar predicciones para períodos cortos de tiempo, jamás para toda la trayectoria de un sistema.

Esta visión está destinada a comprender de manera sistemática las dinámicas caótico-complejas, donde se verifica la compatibilidad entre el desequilibrio y una nueva creación de orden.  Al sistematizar estos procesos, la Escuela de Bruselas va introduciendo nuevos conceptos e instrumentos del pensamiento, tales como “atractor”, “procesos emergentes”, “caos”, “horizonte temporal”. Ya se alejan de la visión tradicional de las “cosas” o las “estructuras” para pasar a estudiar las características de los “procesos”, aportando una “explicación dinámica” no tradicional, la cual incluiría el proceso del emerger de la vida. [20]

Esto nos lleva a un concepto clave del pensamiento de Prigogyne y Sengers y de la Escuela de Bruselas: la interpretación dinámica de la irreversibilidad del tiempo, la cual cuestionaba la visión determinista y reversible de la ciencia tradicional, newtoniana, que se negaba a tomar en consideración procesos irreversibles, que se consideraban como pérdidas de energía y desperdicio, tales como son los procesos químicos y los que se relacionan con la vida. Esta concepción había sido continuada en la física del siglo XX, en palabras de Einstein, “la distinción entre pasado, presente y futuro es tan sólo una ilusión persistente”[21].

Para Prigogine estos procesos producen inestabilidades en los sistemas abiertos, generando otros que, a su vez, incrementan la complejidad, crean nuevas estructuras y conducen a la evolución del sistema. Prigogine señala que “la irreversibilidad es la que extrae orden del caos”.[22]  Así, se sentaban los fundamentos de una “nueva intelegibilidad” que denominaron una “nueva alianza” entre los seres humanos y el resto del mundo[23], visión que es esencial para la comprensión de los procesos químicos y, sobre todo, los de la vida.

Se trata de una nueva visión del mundo, que modifica la comprensión del orden y el desorden, del equilibrio y el desequilibrio. Para Prigogine, “las estructuras disipativas son islas de orden en un mar de desorden”, aumentando el orden a expensas del desorden.[24]

“En la nueva ciencia de la complejidad – que se inspira en la trama de la vida – aprendemos que el no equilibrio es una fuente de orden… En los sistemas vivos, el orden emergente del no-equilibrio resulta mucho más evidente, manifestándose en la riqueza, diversidad y belleza del mundo que nos rodea. A través del mundo viviente, el caos es transformado en orden.”[25]

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Capra, Fritjof. 1996. La trama de la vida. Barcelona: Anagrama.

Prigogine, Ilya y Sangers, Isabelle. 1984. Order out of chaos. Nueva York: Bantam.

Prigogine, Ilya y Sangers, Isabelle. 1990. Entre el tiempo y la eternidad. Madrid: Alianza Editorial.

González Alvarez, Joaquín, Los paradigmas de la ciencia, consultado en: http://casanchi.com/ref/paradigmas01.pdf

Sotolongo, Pedro. (2017). Laminarios de la Maestría sobre Pensamiento y Ciencias de la Complejidad. Módulo I. Santo Domingo: Instituto Global de Altos Estudios (IGLOBAL).

[1] Sotolongo, Pedro. (2017). Laminarios de la Maestría sobre Pensamiento y Ciencias de la Complejidad. Módulo I. Santo Domingo: Instituto Global de Altos Estudios (IGLOBAL).

[2] Sotolongo, Pedro. Opus cit.

[3] Kuhn, Thomas La estructura de las revoluciones científicas.

[4] González Alvarez, Joaquín, Los paradigmas de la ciencia, consultado en: http://casanchi.com/ref/paradigmas01.pdf

[5] Gonzálz Alvarez, Joaquin. Opus cit.

[6] Sotolongo, P. Opus cit.

[7] Sotolongo, P. Opus cit.

[8] Sotolongo, P. Opus cit.

[9] Prigogine, Y. y Sangers, I. 1990. Entre el tiempo y la eternidad. Madrid: Alianza Editorial

[10] Capra, Fritjof. 1996. La trama de la vida. Barcelona: Anagrama.

[11] Prigogine, Y. y Sangers, I. Opus cit.

[12] Prigogine, Y. y Sangers, I. Opus cit.

[13] Prigogine, Y. y Sangers, I. Opus cit.

[14] Prigogine, Y. y Sangers, I. Opus cit.

[15] Capra, F. Opus cit.

[16] Capra, F. opus cit.

[17] Capra, F. opus cit.

[18] Capra, F. opus cit

[19] Capra, F. opus cit.

[20] Sotolongo, Pedro. Opus cit.

[21] Einstein, A. Citado por Prigogine, I. e Stengers, I. 1990. Entre el tiempo y la eternidad. Madrid: Alianza Editorial.

[22] Prigogine y Sangers, 1984. Order out of chaos. Nueva York: Bantam. Citado por Capra, F. opus cit.

[23] Sotolongo, P. Opus cit.

[24] Capra, F. Opus cit.

[25] Capra, F. Opus cit.