Por: Olga Basora

INTRODUCCIÓN

A diferencia del “Universo Aristotélico”, donde los fenómenos materiales y espirituales eran interdependientes y los hechos y las cosas no se podían controlar ni predecir, a lo sumo tratar de comprender en significado e importancia; el “Universo Newtoniano”, producto de la concepción de separación entre el objeto y el sujeto, desencadenó en el ser humano un proceso de desensibilización hacia la naturaleza en general.  Cuando se recapitula la historia de los últimos siglos, es posible encontrar un sin número de acciones que,  aunque nos horrorizan desde nuestra humanidad, hemos aprendido a justificar entrenados por la ética de la época.

El deseo, evidenciado principalmente a partir del renacimiento, de cómo poder ver el movimiento de los astros, así como la de poder determinar qué es lo que se mueve en el firmamento, tuvo exquisitos representantes.  En la periferia del Sistema Tolemaico, primero Copérnico, luego Galileo, Descartes, Newton y otros, fueron los agentes de iniciación de una cultura individual, local, que después de varios siglos ganó la batalla de aceptación social, convirtiéndose en global.

LO PREDICTIVO

 La inquietud por deshacerse de las restricciones que acompañan a las percepciones humanas, propició el florecimiento de la matemática.  Se entendía que a través de ésta, se podría aprehender la realidad como ella era, sin darse cuenta de que lo que se hacía era interpretar la realidad a través de un sesgo matemático.  Por tanto, la sociedad humana construida sobre la base del sistema cartesiano desarrollado en los últimos 4 siglos no ha sido sino otra forma de reducir o interpretar la realidad.  Sesgo que propicia un desarrollo tecnológico sin precedentes, pero al precio de una visión determinista.

Las ciencias en este sistema son exitosas en la medida que pueden predecir cómo deben ser los finales de los procesos que se desarrollan, e inclusive son más exitosas si predicen como se deben comportar dichos procesos.  Así, cada predicción cumplida añade valor científico a los paradigmas y supuestos de dicha ciencia.   En caso contrario, hay que corregir rápidamente antes de que los postulados pierdan valor y la crítica lleve al descrédito.

Hasta mediados del siglo XX se encontraban en pugna dos paradigmas aceptados por la comunidad científica.  Esta dicotomía, incongruente con la ciencia clásica, permitía predicciones opuestas para el futuro de la humanidad.

La primera de ellas obedecía a los conceptos termodinámicos aceptados desde hacía alrededor de 100 años, construidos por Fourier, Carnot, Bolztmann y Lord Thompson (Kelvin).  Bajo esas premisas, el objetivo final de todas las interacciones era el equilibrio, magistralmente descrito en la segunda ley de la Termodinámica o ley de Entropía.  En los organismos vivos, el gasto de energía termina con la ausencia de movimiento e interacciones, la muerte, lo que concuerda perfectamente con las creencias occidentales respecto al tiempo a través de la historia: el tiempo es una maldición.  Acorde a las religiones occidentales dominantes y también a la Termodinámica clásica, el tiempo agota, toma energía, disminuye, por lo que la paz, la quietud, la eternidad y el paraíso se encuentran fuera del tiempo, antes de comenzar o luego de finalizar los procesos relacionados con la vida.

La segunda, basada en la propuesta que hiciera Ch. Darwin en 1859 en El Origen de las Especies, se oponía radicalmente a esta posición.  Según el Evolucionismo, el tiempo propicia el mejoramiento.  La evolución de Darwin promueve la vida a través del tiempo, el perfeccionamiento, a través de lo que él llama “selección natural”.  Esta posición diametralmente opuesta a la Termodinámica clásica, explicaba muchos de los fenómenos, hasta esos momentos inexplicados por los físicos, desde la biología y la historia hasta el desarrollo planetario.

LO EXPLICATIVO

Un acontecimiento periférico en la segunda mitad del siglo XX es desarrollado por Ilya Prigogine.  Al desarrollar el concepto de estructura discipativa, éste demuestra cómo, en un medio entrópico, a costa de un gasto energético, es posible la organización.  Ese evento es el primer paso para el inicio del estremecimiento de los cimientos de la ciencia clásica.  Las estructuras que predominan en el universo son disipativas, no conservativas.  El concepto de la existencia de sistemas cerrados en el universo cambia: En el universo solo existen sistemas abiertos donde parte de la energía se conserva y parte se transforma, pero más aún, su fortaleza está en la redundancia, en el intercambio, no en la limitación o regulación.

El concepto de caos, trabajado por E. Lorenz en los 70´s, abre las puertas a uno de los cambios más trascendentales en la ciencia.  La aceptación de que la ciencia no siempre puede predecir, en muchos casos, está para explicar y comprender fenómenos.   Y es lo que hace a través de la geometría fractal, desarrollada magistralmente por B. Mandelbrot.

Por otra parte, lo relativo a la relación de los procesos con la automatización iba desarrollando también su camino.  A finales del siglo XIX, Henri Poincaré había comenzado lo que más adelante sería el estudio de fenómenos, sistemas y comportamientos caóticos con el “problema de los tres cuerpos” surgido al tratar la estabilidad solar a largo plazo.  Y en 1929, Gödel desarrolla el “teorema de incompletud”, donde demuestra que un sistema no puede ser conocido desde dentro, hay que observarlo desde fuera.  Y siete años más tarde, A. Turing despierta al mundo con la lógica simbólica.   Estos tres acontecimientos van sentando las bases de una nueva forma de ver la ciencia, los sistemas y la vida.

También, John von Newman estaba investigando los autómatas “auto-organizadores” y en 1956 se percató de que las máquinas “artificiales” se comienzan a degradar desde el inicio de su funcionamiento, aunque sus elementos estén perfectamente elaborados.  Y que por el contrario, las máquinas “vivientes” aún las compuestas por elementos de poca confiabilidad se desarrollan, reproducen y hasta se regeneran.

Más adelante Henry Atlan en 1972 propone la Teoría del Azar y finalmente Heinz von Foerster EN 1973 enriqueció esta idea con la conceptualización de que el orden se crea a partir del desorden, sobre la que E. Morín, en este siglo, reflexiona de manera magistral:

“Se encuentra una dialógica orden/desorden/organización en el nacimiento del universo a partir de una agitación calórica (desorden) donde, bajo ciertas condiciones (encuentros de azar), ciertos principios de orden van a permitir la constitución de núcleos, de átomos, de galaxias y de estrellas. Más todavía, encontramos esta dialógica en el momento de la emergencia de la vida por encuentros entre macromoléculas en el seno de una especie de bucle autoproductor que terminará por convenirse en autoorganización viva. Bajo las formas más diversas, la dialógica entre el orden, el desorden y la organización, a través de innumerables interretroacciones, está constantemente en acción en los mundos físico, biológico y humano”. 

Todas estas contribuciones sobre la relación orden-desorden  concuerdan en la aceptación de que existe una separación entre el orden y el desorden.  No se concebía que el orden y desorden pudieran coexistir, o sea que para que exista uno, debía desaparecer el otro.

Prigogine entra de nuevo con uno de sus aportes principales, que consiste en el descubrimiento de que la relación entre el orden y el desorden no necesariamente es excluyente.  Esta teoría pone el dedo en la llaga de esa convicción, aclarando que en algunos sistemas y en un rango de agitación determinado, se desarrollan estructuras con diferentes niveles de organización.   Esta consideración es uno de los pilares para el comienzo del desarrollo de la Termodinámica del no equilibrio.

Y es desde estos estudios de la Termodinámica del no equilibrio, que se comienza a considerar el tiempo desde una nueva perspectiva. Independiente del optimismo darwiniano o del pesimismo de la termodinámica clásica, se comienza a visualizar el tiempo como un factor de la complejidad. 

LO HUMANO

 En este siglo XXI, ayudada cada vez más por otras teorías, como las de Turbulencia y la de Inestabilidades y acompañada por científicos de la talla de Wojciech Zurek y su “Darwinismo Cuántico” o por escritores de divulgación científica como George Johnson,  la Termodinámica del no equilibrio es esencial en la comprensión de la auto-organización.  A través de su estudio se comprende como los sistemas vivos se relacionan de grupos a grupos, no individualmente. Como se aprovechan las oportunidades para transformarse y hacerse posibles alejándose del equilibrio, cerca del caos, pero también como generan entropía y a la vez favorecen el medio que los contiene.  En resumen, la vida es la reacción a la entropía, pero no de manera estática, sino dinámica, de instante en instante, entre el orden y el desorden.  El universo no está equilibrado, ni tiende al equilibrio, por el contrario, su gran éxito es la ausencia del equilibrio que provoca el surgimiento y  desarrollo de la vida.

Reconocer la validez de los procesos de auto-organización y emergencia, implica reconocer que tuvo que existir por lo menos un tiempo, probablemente en el principio, en que en el universo no existían límites. Al ocurrir las interacciones entre los componentes se fueron generando entidades independientes a la vez que las fronteras que los distinguían e individualizaban de los demás, así como el sentido de identidad o propiedad.  Maturana y Valera lo especifican muy claramente en 1990:

«Por un lado, podemos ver una red de transformaciones dinámicas que produce sus propios componentes que es la condición de posibilidad de un borde y, por otro, podemos ver un borde que es la condición de posibilidad para el operar de la red de transformaciones que la produjo como una unidad»

Como Maturana y Valera plantean que la influencia externa que asimila el sistema del medio ambiente no son estructuras, sino información, se colige que los sistemas tienden a mantener su estructura general a través del tiempo, pese a la influencia externa.  Esa evolución o cambio del sistema, que llamaron Autopoiesis, se realiza acorde a una reconstrucción interna producto de la relación entre la influencia del medio en forma de información con la dinámica de estructura e información previa del sistema.

Un avance en la comprensión de este mecanismo de la evolución de la estructura lo constituye el estudio de la desestructuración y reestructuración, donde se intenta clasificar las perturbaciones a las que está sometido el sistema abierto.  Las perturbaciones exógenas al sistema modifican las condiciones de contorno y las endógenas influyen sobre las relaciones internas del sistema.

Cuando el sistema es estable, su estructura no es alterada por las perturbaciones y estas son atenuadas o incorporadas al mismo.  Cuando el sistema no puede disminuir o incorporar las alteraciones, se vuelve inestable y su estructura se desordena para volverse a ordenar de otra forma.  El sistema tiende a mantener esta nueva forma mientras se mantengan las nuevas condiciones del entorno, o sea, vuelve a la estabilidad, pero con otra forma.

Este concepto es aplicado por N. Luhman a los sistemas humanos, explicando que la autoorganización es producto de la creación de estructuras propias mediante operaciones propias. Y L. Margulis junto a D. Sagan en su libro “Captando Genomas” va más lejos cuando dice al respecto:

“Somos montajes ambulantes, seres que han integrado diversas clases de organismos extraños del que cada uno de nosotros es una especie de comité anárquico”

BIBLIOGRAFÍA

  1. Capra, F. (1996). La trama de la vida. Anchor Books. New York.
  2. Gleick, James (2012).  Caos. Crítica, Barcelona.
  3. Lorenz, E. (2000).  La esencia del Caos. 2da. Edición. Editorial Debate Madrid.
  4. Margulis, L.; Sagan, Dorion (2003). Captando Genomas.  Editorial Kairos. Barcelona.
  5. Maturana, H. y Varela, F. (1990). “De Máquinas y Seres Vivos. Autopoiesis: La Organización de lo Vivo”, Sexta Edición, Editorial Universitaria, Lumen.
  6. Prigogine, I., y Stengers, I. (1991).  Entre el tiempo y la eternidad. Alianza Editorial, S. A. Buenos Aires.
  7. Reynoso, C. (2006). Complejidad y el Caos: Una exploración antropológica. Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires.
  8. Wheatley, M. y Kellner, M. (1996). A Simpler Way.  Berrett-Koehler Publishers.  San Francisco.